Si hay un hecho sustancial que diferencia al artista plástico de cualquier otro creador, es su sensibilidad para manifestar ideas con imágenes. Pero así como no es tarea fácil componer una gran música o un poema que arrebate nuestro espíritu, tampoco lo es realizar «formas visuales» que nos imbuyan emociones, sentimientos o estados de conciencia superiores, ni hacer que composiciones o concreciones materiales conseguidas por la combinación de elementos industriales o naturales manifiesten ante nuestra contemplación ese valor añadido, esas cualidades analógicas, metafóricas, simbólicas, conceptuales o de belleza que consideramos atributo específico de la obra de arte. De ahí que haya siempre algo misterioso en aquellas obras que consiguen despertar en nuestra mente y en nuestro espíritu esa turbación, esa inquietud o emoción que nos ayuda a percibir el mensaje contenido en ellas.
Sin duda no son estas obras comunes. Fruto de un proceso alquímico singular que consuma la transformación de materiales en evidencias de un conocimiento precioso, son obras destinadas a hablar con «mil voces». Obras que se sobreponen a su materialidad y se convierten en resortes insustituibles de percepción y descubrimiento, suelen ser composiciones muy sencillas, formas primordiales que nos brindan la oportunidad de conectar con nuestros arquetipos, con esas formas heredadas que han configurado nuestra capacidad de interpretar el mundo a través de las imágenes.
Algo tan sencillo como representar a los miembros de un jurado popular en el momento en que están reflexionando individualmente su veredicto, es la idea que subyace al conjunto de «Deliberants», una obra ejemplar en la trayectoria de Miquela Vidal y que tiene las cualidades a las que acabamos de referirnos. No sólo por haber acertado en esta primera elección (la artista decidió libremente la temática), sino por haberla sabido materializar de un modo tan eficaz.