Marcos-Ricardo Barnatán
En el interior de su estudio Paula Varona ha desplegado, para mi visita, cerca de medio centenar de cuadros apoyados en las paredes: es un apasionado rompecabezas de la ciudad de Madrid que no hay que armar, simplemente se va a colgar en la Casa de Vacas del Retiro, y todos ellos a coro van a ofrecernos la singular mirada de la pintora sobre la ciudad, sus rigurosos paisajes urbanos que ella denomina Madrirámicas.
Retratamos una vez más a una ciudad —ya lo hizo con otras como Nueva York o Lisboa— es el ambicioso desafío, y retratarnos algo más que sus perfiles arquitectónicos es su secreto y su triunfo. Su forma distinta de apropiarse de la realidad, de hacerlo casi siempre desde perspectivas tan inesperadas como inéditas, hace posible el descubrimiento de imágenes nuevas, de ensoñaciones, y de hallazgos que la mirada rutinaria pasa de largo. Y esas sorpresas para la vista están apoyadas en una mimesis virtuosa que reaviva la emoción de la pintura, más allá de la opacidad de lo aparente.
En tiempos de proliferación de la fotografía, esta minuciosa aproximación pictórica a lo real resulta muy enriquecida y sorprendente, y viene a plantearnos las viejas preguntas acerca del protagonismo, siempre renovado, de la pintura en el momento de captar el mundo. En este caso la gran urbe, el espacio que nos contiene, que habitamos cotidianamente y que muchas veces solemos no ver.
Paula Varona transcribe una visión particularísima de la ciudad y nos la hace ver, documenta la arquitectura con voluntad de trascenderla, encuadra los espacios con cortes modernos, y los ilumina con un brillo que podríamos calificar de metafísico. Consigue esa «inusual plenitud del espacio», que Susan Sontag describe en la pintura de Gerard Houckgeest, un contemporáneo de Rembrandt.