El Museo Reina Sofía presentó el pasado mes de febrero la mayor retrospectiva que se ha realizado hasta la fecha, dentro y fuera de España, sobre Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956). Esta antológica contó con más de cincuenta piezas y exhibió la amplia producción de la artista desde los inicios de su carrera, a mediados de la década de los ochenta, hasta la actualidad. La muestra fue una ocasión única para adentrarse en la obra de una de las creadoras españolas con mayor proyección internacional y conocer la fundamental contribución que ha hecho a la escultura.
El título, Cristina Iglesias: Metonimia, se eligió según la comisaria, «pensando en que esta presentación forma parte de algo mucho más amplio -la parte representa el todo ya que una faceta de la obra de Iglesias no va a poder ser mostrada, y es la que hace referencia a sus trabajos públicos que, como es evidente, sólo se pueden incluir aquí a través de documentación».
A través de treinta esculturas, algunas de ellas de más de nueve metros de longitud, realizadas en muy diversos materiales (bronce, hierro, cemento, cristal, hormigón…) y sin proponer un recorrido estrictamente cronológico, la exposición quiso subrayar aquellos aspectos sobre los que se fundamenta el trabajo de Iglesias, que permiten comprender tanto la orgánica evolución de su lenguaje, como la maduración de su concepto del espacio y de la práctica escultórica a lo largo de estos años.
Según Lynne Cooke, dos hechos han sido cruciales en su proyección internacional: en primer lugar, la ambiciosa exposición The Sublime Void, que tuvo lugar en Amberes en 1993 y que reunió, además de a la escultora española, a 25 artistas de la talla de Gerhard Richter o Kounellis. Otro acontecimiento crucial en la trayectoria de Cristina Iglesias sería su participación, también en 1993, en el Pabellón Nacional de la Bienal de Venecia junto a Antoni Tàpies. «En este momento su reputación», en palabras de Cooke, «se consolidó tanto en España como en el extranjero».