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Las ciudades se transforman para que las personas se convierten en los protagonistas. La luz es un elemento determinante para hacer posible esta migración
Actualmente para planificar la iluminación de las ciudades se valoran principalmente, los niveles medios de iluminación en el plano horizontal, se hace un análisis basado en estos niveles y también en los valores de uniformidad general. Todos estos niveles están debidamente ponderados por normativas nacionales y europeas que provienen de modelos de iluminación pensados para el tráfico de vehículos a motor, a velocidades superiores a 50km/h. Esto va en pro de garantizar al máximo la seguridad vial, pero choca frontalmente con la evolución de las ciudades hacia modelos más enfocados a las personas (zonas 30km/h, zonas peatonales, carriles bici).
Sin duda este cambio de modelo nos obliga a modificar la manera de plantear las soluciones lumínicas. Se trata de un nuevo paradigma, también a la hora de planificar las soluciones de alumbrado. Nuevos planteamientos que se concretan en forma de mejoras en la iluminación vertical, aspectos hasta ahora olvidados o que era impensable poder considerar y qué con la nueva tecnología, mucho más precisa y la nueva mentalidad, se pueden poner encima de la mesa al hacer el proyecto. Por ejemplo, perseguir un mejor reconocimiento facial de las personas para conseguir aumentar la sensación de seguridad, generar una visión frontal más agradable porqué pensemos que «solo las personas tristes miran hacia el suelo», incluso cuando es de noche.
Se trata de intentar dotar de ritmo los espacios urbanos. Ritmo, un concepto que pretende ir más allá de la tan deseada uniformidad, para entrar en una nueva dimensión centrada en adecuar el alumbrado a cada micro necesidad: un ritmo para las zonas con tráfico elevado y otro distinto para sus espacios contiguos, pensados para peatones. Jugando con total flexibilidad con los contrastes y las sombras, para que el alumbrado sea un aspecto más, integrado en el planeamiento urbanístico. Y que más allá de vallas, bolardos, aceras o pasos de peatones, la luz nos sirva para ordenar el espacio público y hacerlo más cómodo y agradable para las personas, sin renunciar a la seguridad.