«Una pintura es un poema sin palabras (Goethe)». En efecto, como la poesía, el auténtico arte debe nacer desde las entrañas.
Me inspiro en una realidad cotidiana, pero no pretendo copiarla, sino que la interpreto buscando su magia; el misterio que poseen todos los objetos por agresivos que parezcan, la ciudad, el bullicio, el ir y venir de sus habitantes…
La pintura tiene una parte física e intelectual de entretenimiento y destreza y otra completamente espiritual.
Intento divertirme aunque a veces ese juego se torna frustrante. Y si llega este momento, soy implacable con mi obra.
La realidad que interpreto es selectiva: el caos de la ciudad, la perspectiva, me interesan las atmósferas, la luz, el movimiento… Y me recreo y juego.
Parto de una mancha abstracta que poco a poco va tomando forma con veladuras y empastes.
La pintura tiene para mí la capacidad de transformar en algo sublime lo que a priori es agresivo por su carácter contundente. Pero es eso precisamente lo que me atrae. Intento siempre, y sobre todo, trasmitir una emoción, por eso no profundizo en detalles.
Sin emoción el arte no sobrevive.
La luz que emana de las cosas, de los ojos que ven el alma. La magia y la atmósfera etérea, el misterio de una mirada; eso es lo que persigo, eso es lo que me llama.