Juan Moya Romero, Arquitecto
Desnudando y reinterpretando un material pobre, imperfecto y geológico, para posar, en definitiva, un techo de protección casi de papel bajo un estado de tensión e ingravidez donde la luz cuela y emana al mismo tiempo. Surge un lugar místico y cavernoso que conecta, a través de la experiencia, la identidad local del territorio con el deporte colectivo.
Vículo colectivo
La tierra, y de una forma más precisa la geología, constituye para los güevejereños un significado de identidad de gran importancia, no sólo como el medio rural de subsistencia en el pasado, sino como un elemento muy presente en su memoria colectiva llena de devastadores recuerdos como la destrucción en dos ocasiones de este núcleo rural debido al movimiento de las placas geológicas: el terremoto de Lisboa en 1775 y el de Andalucía en 1884.
La autosostenibilidad de la arquitectura pública propuesta radica, en gran medida, en su capacidad para conectar con los habitantes como parte del paisaje local escrito y vivido en su memoria, de modo que desencadene un vínculo de propiedad indisociable con el mismo, capaz de hacer emerger la ética del respeto y protección hacia el mismo y por tanto su automantenimiento.
La interpretación geofléxica de la geología arcillosa del emplazamiento va a constituir el elemento de referencia presente en el paisaje local, capaz de modelar de forma cavernosa los espacios de tránsito entre interior-exterior y los dedicados a la práctica deportiva, construyendo un episodio lleno de significados en la memoria inconsciente de los usuarios. El proyecto ha contado con un proceso creativo abierto a la ciudadanía, una metodología que ha pretendido no sólo un mayor acercamiento activo entre técnicos, públicos, colectivos y ciudadanos para entender de una forma más cercana demandas y hábitos, sino un refuerzo del vínculo entre ciudadanos y paisaje.