Sergio Vila-Sanjuán
La obra de Martí Bofarull se integra en la renovación del paisaje urbano que caracteriza a la pintura catalana de los últimos veinte años. De los creadores que entre nosotros se han mantenido fieles a las técnicas figurativas, son varios los que han vuelto con éxito su mirada a la arquitectura, las calles y los envoltorios publicitarios de la ciudad moderna.
Martí Bofarull se cuenta entre ellos. Sólido exponente de esta generación pictórica, ha trabajado con constancia y talento sobre las tramas urbanas que han reclamado su atención. Primero sobre Barcelona, la metrópolis más cercana a su localidad natal de Molins de Rei. Hace ya más de diez años que vi en la galería Tuset sus magníficas plasmaciones de la plaza Real, en tonos ocres y dorados, que cargaban de nobleza este recodo urbano siempre amenazado por el turismo de masas y el cutrerío. Bofarull convertía las mesas de aluminio de las cervecerías en superficies de hipnótica prestancia, y esa capacidad de refinamiento por parte del artista fue lo primero que me llamó la atención de su obra.
Luego le he contemplado expresivos paisajes generales de Barcelona, y una estupenda plasmación de la Via Laietana desierta, donde el verdadero protagonismo recae en las extensiones de asfalto mientras que los edificios, a veces solo abocetados, actúan como complemento.
Bofarull ha pintado también Madrid o Venecia, pero junto a Barcelona es sobre todo Nueva York la gran ciudad que le ha brindado buenos temas. Es sabido lo complicado que resulta a los pintores plasmar los rascacielos de la ciudad americana, dado el poco espacio con que cuentan para coger perspectiva. Para superar este problema Bofarull desciende al río Hudson y recrea Nueva York desde abajo, o se sube al helicóptero y la retrata en visión cenital. Y cuanto más se aleja mejor puede captarla como un conjunto a la vez figurativo y abstracto, marcado por las estructuras y las formas geométricas.
Nueva York es la suma de las ciudades de nuestro tiempo y por lo que voy viendo, Martí Bofarull está retornando en los últimos tiempos una y otra vez a ella. Hay una Nueva York ciclópea y apabullante; otra de edificios sombríos y puentes oscuros y opacos; hay una Nueva York de fría luz azulada percibida desde el aire, y una abigarrada y chillona que vibra en torno a Times Square. Los desafíos para el pintor son incesantes y el espectador que ha seguido hasta ahora a Martí Bofarull espera de él que siga encontrando en la ciudad nuevas esquinas, nuevos ángulos, nuevos detalles.