Por Javier Díez
En este artículo, aparecido originalmente en la revista digital EL ASOMBRARIO & Co., su autor, diseñador de producto que forma parte del estudio madrileño los díez, pone el foco en un aspecto cada vez más olvidado en las grandes ciudades; frente a una realidad marcada por la movilidad, la velocidad y la productividad imperante, se nos hace ver la importancia de respetar ámbitos que él denomina como (d)espacios públicos, donde la quietud sea la norma y la figura del sedente sea respetada y protegida.
Existían dos posibilidades.
La primera; que el conocido por los especialistas como espacio público y genéricamente como la calle por la gente corriente fuese percibido, una vez finalizado el periodo de confinamiento, como un espacio cuestionado, sospechoso y peligroso, un ámbito donde acecha, todavía, el enemigo invisible, y al resto de nuestros conciudadanos, a nuestros vecinos en la esfera más cercana, como los potenciales portadores de aquel.
La segunda; que, en parte por la estimación nostálgica que muchas veces se hace de algo sólo cuando se ha perdido, pero también por la reflexión objetiva que nos ha permitido este tiempo suspendido, por fin se valorase lo que ese espacio representa como ámbito de encuentro y relación social, como ese ágora que de manera simbólica siempre ha representado la res pública.
Afortunadamente, parece ser que ha prevalecido esta segunda opción; volvemos a ocupar las calles y las plazas, las avenidas y las alamedas, los parques y los jardines de nuestras ciudades y pueblos dando valor a esos encuentros y saludos perdidos durante meses, y es, ahora, cuando valoramos, tal vez, en su justa medida ese escenario donde se representa gran parte de nuestra dramaturgia vital, y que, vacío, hemos observado desde nuestros balcones y ventanas cual escenografía de una obra existencial digna del teatro del absurdo.
Tal vez sea el conocido por los especialistas como espacio doméstico y genéricamente como la casa o el hogar por la gente corriente quien, habiendo sido vivido durante semanas como un espacio de reclusión, limitador de nuestras actividades y movimientos, pero, no lo olvidemos, también de nuestra protección, salga cuestionado después de esta experiencia; pero esto es tema para otro artículo.
Ahora, viendo y viviendo ese espacio público de otra manera, discurriendo por él como no hemos podido hacerlo durante estas jornadas, ahora sí, históricas, aunque afectaran a nuestra cotidianidad más prosaica y banal, podamos plantear algunas cuestiones que afectan a este ámbito pero que suelen quedar eclipsadas, cuando no simplemente olvidadas, en las discusiones y planteamientos teóricos y prácticos sobre él.
Uno es el de la cuestión, ya que no me gusta hablar de problemas al referirme a este asunto, de la quietud en, sobretodo, las grandes ciudades, en contraposición a los problemas, esos sí, de movilidad en las mismas; espero que el concepto les resulte llamativo porque significaría que de lo que voy a hablar es novedoso, al menos en los términos en los que los voy a plantear.