Producir una emoción instantánea, al primer golpe de vista, eso es lo que intento conseguir en las obras, no importa cuáles sean mis motivos para pintar un cuadro.
Hay en la mayoría de mi pintura una fluctuación entre la abstracción y la figuración. Partiendo de manchas de colores que tienden a lo figurativo, me propongo sugerir la realidad profunda que subyace en lo representado, que está más allá de lo que ve el ojo distraído o ausente, de modo que el cuadro sea una revelación.
Mediante la técnica y el lenguaje plástico, trato de despertar la impresión que me produce la ciudad. El entorno cotidiano de la ciudad es el lugar de tránsito donde todo acontece, permanece o cambia.
Observo la vida que transcurre en ella y la interpreto en el cuadro, buscando el significado del aparente caos urbano.
Aunque la gran urbe rebosa de personas, en mis obras la figura humana rara vez se representa de forma autónoma, sino inmersa en su atmósfera poblada de iconos: coches, farolas, semáforos, señales del tráfico, que la pueblan y que transmiten sentimientos de melancolía, soledad, silencio, emociones y magia.
Me reconozco en el intento de aprehender la esencia de lo urbano, de fijar en los límites estáticos del cuadro el sentido profundo de lo que se presenta como pasajero y mudable. Así, el cuadro es la expresión no de lo que la mirada azarosa ve sino de lo que presiente. Invito al espectador a que se detenga un momento en los límites de la ciudad, se abstraiga de lo que está ocurriendo, sienta o piense en ese momento, y mire realmente a través de ella, hasta que la misma se le revele.