Apasionado por el rigor.
Divagaciones sobre las esculturas recientes de Arturo Berned

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ARTURO BERNARD

Juan Manuel Bonet

De la arquitectura, a la escultura. No a la instalación, dominante hoy, sino a la auténtica tradición moderna de la escultura pura, abstracta, aquella que en 1937 definió antes que nadie, en un libro canónico, la crítica suiza Carola Giedion-Welcker, que dos décadas después sería una de las primeras en apoyar a nuestro Eduardo Chillida.

De la arquitectura a la escultura, practicada en coordenadas no precisamente frecuentes en nuestro panorama, ni en el de ahora mismo, ni en el de las últimas décadas. Pocas veces he visto semejante entusiasmo razonado por los postulados del constructivismo, como los manifestados por este escultor, que por ejemplo, llegando Arco, MANIFIESTA UNA GRAN FEBRILIDAD ante lo que a la feria madrileña traen nuestros comunes amigos de Dan, la gran galería de Sâo Paulo especializada en las geometrías brasileñas en particular, y latinoamericanas en general.

Es curioso comprobar lo difícil que lo ha tenido siempre, entre nosotros, la geometría para arraigar. Si hablamos de los años centrales del siglo XX, ese siglo que los nacidos a mediados de él no nos resignamos a adjetivar de pasado, podemos hablar del Luis Fernández de los años de Abstraction-Création, del Pablo Palazuelo que obtiene el Prix Kandinsky, del Jorge Oteiza de las Cajas metafísicas –con las cuales por cierto el escultor y ocasional arquitecto triunfó en la Bienal de Sâo Paulo de 1957-, del Eusebio Sempere de los “gouaches” y de las cajas luminosas, del Equipo 57, de Manuel Calvo, de Andreu Alfaro… y de pocos más. Trabajos en su mayoría llevados a cabo fuera de nuestras fronteras: tres de los artistas citados pasaron gran parte de su vida en París, lugar donde fue fundado el mencionado equipo. Trabajos que no pocos espectadores tienen dificultades en ubicar en el mapa de lo español, como si todavía hoy, cincuenta y cuatro años después de El Paso, siguiera funcionando el tópico de que España es sólo la veta brava…

Con un importante perfil previo como arquitecto, dentro de uno de los equipos –el Estudio Lamela- más brillantes de nuestro panorama, Arturo Berned (Madrid, 1966), que es el escultor al cual llevo refiriéndome desde el principio de estas líneas, y sobre cuyo trabajo escribo por segunda vez (la primera fue el año pasado, con motivo de su individual en Ansorena), ha asimilado todo lo indicado a lo largo de las líneas precedentes, y se siente especialmente fascinado por el Nuevo Mundo. Nuevo Mundo que quiere decir los Estados Unidos, cuna del minimalismo, que seguro que en un sitio como Marfa, la pequeña localidad de Tejas donde está establecida la Chinati Foundation que fundó Donald Judd, se entiende mejor todavía que en Nueva York. Y que quiere decir México, suave patria de Luis Barragán, patria adoptiva de Mathias Goeritz, patria de arquitectos-escultores como Sebastián o como Teodoro González de León, y tierra donde Berned dio sus primeros pasos como escultor, en una época en la cual trabajaba allá como arquitecto. Y que quiere decir, hoy más que nunca, Brasil, ese Brasil donde Berned y yo coincidimos durante una semana el verano pasado, en un momento en que esa alegría de vivir que es consustancial a esa gran nación, se desbordaba en lo deportivo, por los Mundiales de Fútbol, de los cuales todavía no habían sido eliminados. Para mí fue muy interesante dialogar, allá, con el escultor, comprobar su entusiasmo ante la arquitectura y el arte con el cual nos tropezábamos por doquier, registrar sus reacciones al lado tan pujante y “energetic” de esa gran metrópolis moderna. Curiosamente, ya en mi aludido primer texto sobre el escultor, escrito antes de ese viaje, hacía yo referencia a un colega suyo geométrico brasileño y “fifties” como Amílcar de Castro. Por el lado Oteiza, habría que citar también a Franz Weissmann, que pasó temporadas trabajando con él en Irún, y que expuso en Madrid, y sobre el cual en la RevistadeCulturaBrasileña aparecieron artículos de José María Moreno Galván y de Víctor Nieto Alcaide. Y recordar a otros artistas españoles atrapados, en los sesenta, por la órbita del “país del futuro”, como el camaleónico Manuel Calvo, o como Julio Plaza.

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